martes, 7 de julio de 2015

Globos para Vero

El mundo de Vero Mariani es tan sorprendente, cálido, amigable, generoso y único que merece un saludo colectivo como el del día de hoy. Van desde aquí, miles de globos para Vero, y un #graziasgraziasVero infinito!




sábado, 3 de enero de 2015

Rogelia Restaurante - Aires de campo en Cañuelas


Texto: Marcelo Crivelli - Fotos: Virginia Ucar

Hay lugares a los que uno va para recordar quién es. Porque nos llaman por el nombre. Porque allí espera nuestro plato de siempre. Porque custodian la esquina de casa.  Son aquellos donde todo nos resulta cómodo como andar descalzos. Donde sentimos que somos niños, que somos los que fuimos.

Del otro lado,  en cambio, están aquellos otros lugares a los que vamos a jugar a que somos otros. Aquellos que generan fantasías de otras tierras. Aquellos que no son manso confort sino aventura. Donde sentimos que somos aquellos que nos gustaría ser, aunque fuera por un día.

Rogelia quizás haya logrado el milagro de ser ambas cosas en uno. Genera una curiosa ansiedad por mostrárselo a otros, por esparcir la buena nueva. La esperanza de que se quede siempre ahí, y puedan verlo futuras generaciones.

 









 
 

Rogelia, por un lado, es majestuosa. Tiene la autoridad de un carancho caracolero oteando los pastizales desde arriba de una columna. Esa belleza que inhibe. Que nos hace pensar que es demasiado perfecta como para entrar. Que nos hace dar pasos más cortos y mirar hacia los costados, como buscando permiso. Porque su amplia nave podría ser un galpón de esquila patagónico. Podría ser un granero del condado de Madison, o una iglesia perdida en algún rincón árido de Australia.

Pero no lo es. Por suerte, está en Cañuelas.













Decir que Rogelia es bella sería minimizarla. Es mucho más. Impresiona.


Se ingresa como se ingresa a una catedral. Con la cabeza erguida y algo de asombro. Es un lugar para ir con botas y dejar jugar el eco. Tal vez con sombrero, o emponchado. Porque se ha logrado esa impronta que es criolla, pero que en el fondo hermana la sangre rural de muchos miles, y de otros muchos miles, que juegan a que son otros. Rogelia, tan joven, alcanzó cierta universalidad.












Uno puede tener tres suertes. Si tiene la Suerte número 1, habrá sol, y los haces entrarán a través de sus vidrios, tocando música sin saberlo. Si, en cambio, tenemos la Suerte número 2, lloverá fuerte, como llueve en el campo, y veremos el baile del agua en caída libre al compás de las rachas sureras. La Suerte número 3 será la noche, y ser testigo de un cielo estrellado. Del aire frío que corta la nariz. Del perfume del espinillo que se quema.










Pero ese escenario no sería nada si no tuviera alma. Tendría la belleza fría de un pájaro embalsamado. Rogelia tiene el alma que le han puesto Alba, la gran escenógrafa, y Patricia, la reina de los fuegos. Alba imaginó el lugar, lo plasmó y lo gestiona. Patricia puso magia en la cocina, en los platos y en las barrigas. Tuvieron el coraje de evitar el lugar común, lo obvio, lo que hacen todos.
  




 



Patricia es una de esas personas apasionadas, entendiendo por “apasionado” a quien hace lo que hace sencillamente porque no puede hacer otra cosa, ni aunque quiera. Patricia lleva las riendas de la cocina, pero en verdad es La Cocina quien la lleva a ella. Necesita entregar el corazón y el cuerpo en cada servicio, y aún así, se va a dormir dudando si alcanzó. Saca platos de su pelo, de su boca, de sus ojos, de sus brazos. Quien come sus manjares, de algún modo va comiendo los bocados más tiernos de ese cuerpo, de esa cabecita romántica, porque ella se hace carne en cada plato.

Entendamos una cosa: no es el camino de la perfección, sino el camino de la emoción. Patricia es una cocinera romántica en tanto ve mucho más allá de lo que hay en cada plato: su historia, la crianza del producto, la vida del proveedor, las recetas de sus ancestros, el significado.






Contar que un pato, que un costillar, que una pasta o unas verduras, no funciona. Que si cocina afrancesado, pero es criollo. La poesía no se cuenta; se lee.









 



















Pero sepa Usted que en cuanto se siente a la mesa sentirá que lo conocen. Que saben su nombre, que cada plato ha sido hecho para Usted. Que lo estaban esperando, y que van a seguir estando allí para el día en que Usted desee volver a jugar que es otro, o a sentir que es Usted mismo. Creo en Rogelia por muchos, muchos años. Porque Rogelia, de algún modo, cuando nació ya había existido siempre, y para siempre quedará.


  

Gracias infinitas a Patricia Courtois por alimentarnos el alma, y a Marcelo Crivelli, autor del texto, por  alimentarnos el espíritu. Mejor no lo podríamos haber contado.

Ruta 205, Km 65 - Cañuelas
Tel: 011 4973 9300 





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